Querido Leo Messi, de nuevo vuelves a aparecer delante de nosotros… Desde que entramos a Marruecos no hemos dejado de verte por todas partes. En el Atlas marroquí, en las estrechas calles de la Medina de Fez, en los pequeños pueblos de pescadores del Sáhara Occidental, en las caóticas calles de Nouakchott, en los poblados a pie de carretera de Senegal o en las “tabancas” de las Islas Bijagós.
Apareces en cada rincón en el que hay vida humana… Tu número 10 es inconfundible. No importa lo vieja, raída, manchada o rota que esté la camiseta. El uno y el cero resaltan como dos luceros en la noche.
Y es que para ellos llevar ese número a la espalda es un orgullo. Estoy segura que desde que se pusieron tu dorsal no se lo habrán quitado ni para dormir. Eres su ídolo. Poco importa que la camiseta sea falsa (aquí no están para reparar en esas cosas), porque cuando se la ponen seguro que se sienten Leo Messi en mitad de África.
Y no dejo de preguntarme… Y no dejo de pensar… Y es que al principio me causaba sorpresa, pues en España no es normal ver a tantos niños equipados por las calles (ni tan siquiera en Barcelona). Luego, de la sorpresa pasé a la reflexión, pues cuanto más avanzábamos en nuestro viaje, más Leos Messi veía.
Esos niños que a duras penas saben leer y escribir, pronuncian tu nombre como si vivieras enfrente; no conocen qué hay más allá de los lindes de su poblado, pero saben que eres argentino y que juegas en el Barça; el trabajo en casa y en el campo difícilmente les deja tiempo para jugar (al fútbol), pero ellos sueñan con llegar un día a ser como tú…
Sé que el fútbol es una salida, una liberación frente a un sistema falto en educación y salud. No es de extrañar que en los países más pobres el fútbol sea venerado como si de un Dios se tratase… El fútbol es un rayo de luz en su día a día. Pero el fútbol no es la solución. No es su solución.

Me alegra ver que Messi está por el mundo, pero me gustaría más ver a esos Messi leyendo, yendo a la escuela o al instituto y luchando por cambiar su situación. Me fascina cómo son capaces de seguirte a miles de kilómetros de distancia, pero preferiría que siguieran a sus profesores, a sus maestros. Me gustaría que cambiaran la mula y el burro por una bici, los cubos de las monedas por lápices y los ojos de desespero por los de esperanza.
Me gustaría que desde Europa no sólo exportáramos fútbol, sino también educación, aprendizaje, enseñanza… Me gustaría que fuerais vosotros, los propios jugadores, quienes transmitierais el mensaje. No me vale con donaciones astronómicas para proyectos desconocidos. Me valen los gestos, el día a día. Si os imitan en el peinado, ¿por qué no os imitarían leyendo?
Creo que ni siquiera sois conscientes de la pantalla y el altavoz que sois para el mundo. Del poder y la influencia que llegáis a ejercer en la población de toda clase y condición. ¿Por qué no empleáis vuestro privilegiado potencial para educar en valores? ¿Para intentar conseguir realmente un mundo más libre y justo para los más desfavorecidos? Humanidad, solidaridad, cooperación, colaboración, son palabras que brillan por su ausencia en vuestros mensajes y fotografías al mundo.

Me gusta el fútbol. Mucho. Pero a veces odio todo lo que proyecta, su opulencia, su hipocresía. Y estando aquí he llegado a odiarlo mucho más, al ver a estos pequeños Leo Messi andando descalzos por la calle.
Quizá sólo esté equivocada, y a lo mejor el fútbol no debería tener por objetivo lo que propongo… A lo mejor es sólo eso, una fuente de sueños y distracción. Aunque sea por un momento y luego desaparezca.