Rocinante en Makgadikgadi, Botsuana

Sin fecha de vuelta

«Atrévete a ser tú, esa persona que realmente quieres ser», le dije a Rosalía tres años atrás, mientras arrancaba a Rocinante, ponía primera y echábamos a rodar nuestros primeros pasos por el mundo.

Aquel momento, bañado en lágrimas de emoción y temor, culminaba muchos años de fidelidad a nosotros mismos, de preguntarnos y escucharnos. Y, lo más importante, de actuar en consecuencia. Pues salíamos al mundo en pos de aquello que llevábamos grabado a fuego en nuestras médulas: saciar nuestra necesidad interna de conocer. De conocer por conocer. Porque sí. Sin otra aspiración ni motivación mayor.

Rocinante echó a trotar y después a galopar. El mundo se abría ante nosotros y —en ese momento más que nunca— comprendí que no salíamos huyendo de nada. Tampoco odiábamos, buscábamos cambios ni estábamos cansados. No perseguíamos señales ni giros en vientos lejanos y extraños. «Como mucho, buscamos comprender», me dije. Tratar de comprender —aunque fuese un poco— el planeta inmenso que pisaban nuestros pies. Entregarnos a caminar por su corteza arrugada, comer de sus cosechas, sufrir sus climas, contemplar sus criaturas y dormir entre sus razas.

En ese momento salíamos porque la Tierra nos llamaba, porque latía viva en nuestro interior. Quisiéramos o no, requeríamos vivir sus bellezas y atrocidades, su grandiosidad y sus vergüenzas de primera mano. Y nos entregábamos a ello sin más. Pues algo así solo podía llevarse a cabo sin límites. Sin fecha de vuelta.

Juancar, noviembre de 2020.