«No podría llamarse sino Rocinante, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo».
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes Saavedra.
Así consideró Don Quijote bautizar a su caballo y así fue como bautizamos nosotros —nada más ver su desaliñado porte y su abultada envergadura— al que debía conducirnos a nosotros en busca de la épica y la aventura por los pedregosos, polvorientos y embarrados caminos del mundo.
Cómo es Rocinante
Rocinante es un Land Rover Defender 130 pick-up. Un coche pensado para agricultura y ganadería, empleado en guerras, rescates, incendios y demás entuertos montañosos, y soñado para la aventura. Con solo verlo te imaginas por mitad del Kalahari persiguiendo leones o vadeando ríos por mitad del Amazonas. (Lo primero lo hemos constatado, lo segundo… tiempo al tiempo).
Nuestro rocín es un Defender «de los de antes». Y no solo porque vino al mundo antes de que la marca se vendiera y revendiera mil veces, acabando por restarle fiabilidad al mito, sino porque su alma no tiene ni un solo chip ni rareza electrónica alguna: mecánica pura y dura, de la de toda la vida, de la que suena «ta, ta, ta, ta, ta, ta…» al acelerar.

Su corazón bombea gasoil y tiene una potencia de 113 CV, los cuales, hasta hoy, se revelan suficientes para mover sus dos toneladas de peso y arrastrar —de paso— la tonelada y media extra de la «casa» que carga a cuestas. Nada menos.
Tecnológicamente hablando es un trasto. Los asientos son tablones y el embrague es una piedra, le entra agua cuando llueve y viento helado cuando hace frío; para entenderse hay que hablar a gritos y el calor del motor y la caja de cambios (entre los asientos delanteros) se cuela a llamaradas en la cabina; no lleva radio ni mucho menos aire acondicionado, mientras que de electricidad… sí, lleva sus cables, mandos, luces y demás, pero lo cierto es que funcionan cuando funcionan. Por no hablar del cuadro de mandos: ni velocímetro ni aforador de combustible ni testigos que testifiquen nada… Vamos, lo que vendría a ser un tractor ligero con cabina.
Entonces, ¿por qué elegimos un Defender?
La respuesta es sencilla: queríamos llegar a lugares complicados y lejanos, y queríamos hacerlo con garantías. Y es que un Defender es un tractor lento e incómodo, ¡pero es un tractor!
«Juancar, en Francia venden uno, y además como nosotros queremos, con una célula de fibra de vidrio montada en el pick-up». La susodicha célula venía a ser una pequeña caravana acoplable que se anclaba al chasis con cuatro simples tornillos. Algo que, para nosotros, se traducía a una especie de caja a la que llamar hogar durante muchos años. Ni idea de cuántos.

Lo cierto es que, desde la distancia que mediaba entre España y Francia, en su conjunto se intuía un cierto abandono, pero era igualmente cierto que dicho conjunto era barato. Concretamente, lo único que podíamos permitirnos. De modo, que nuestra suerte estaba echada: compramos un billete de ida a Francia y volvimos a España rodando con él.
Mejoras necesarias
Tal y como intuíamos, nada en el interior de la célula funcionaba, salvo la cocina a gas. El calentador no calentaba, las luces no alumbraban, la calefacción no calefactaba, el grifo no grifeaba y la nevera, más que enfriar, funcionaba como armario.
Habíamos comprado barato y ante nosotros se mostraba el resultado. Pero sabíamos que con un poco de imaginación, y otro poco de creatividad e improvisación podríamos devolverle la vida que escondía sin apenas inversión. Así que nos pusimos a rehacer la instalación eléctrica, cambiamos la encimera, lijamos, pintamos, recosimos los sillones, reparamos la mesa y algún que otro armario, y le metimos mano a la fontanería y la calefacción. En fin, que le abrimos las tripas, les pusimos algo de orden y volvimos a cerrarlo.
Cocina antes Cocina durante Cocina después
Al tiempo que le lijamos la fachada, pusimos masilla en unas cuantas cicatrices que lucía, reforzamos algunos bordes con hierro y pintamos.
Instalando las placas Pintando la célula de Rocinante Lijando la célula de Rocinante Protegiendo frente al óxido
Et voilà! ¡Como nuevo!
La casa estaba habitable, quedaba el coche. Cambiamos el embrague y la caja de dirección, le hicimos la distribución, sellamos una fuga de gasoil, cambiamos aceites, valvulinas y correas, revisamos luces, manguitos y frenos… y nuestro rocín se puso a relinchar su «ta, ta, ta, ta, ta» de alegría: ¡estaba listo para la partida!
Trances
Hoy han pasado más de tres años de aquel día y lo cierto es que, después de galopar más de 70.000 km por los agrestes caminos de África y Sudamérica, Rocinante ha demostrado con creces su fiabilidad.
Aunque eso sí, ello no quiere decir que no hayamos tenido momentos críticos a ese respecto.
Cambio ruedas traseras Avería en Camerún Avería en Sudáfrica
Pues, si bien es cierto que Rocinante es Rocinante, no lo es menos que 70.000 km por los barrizales, pedruscos, desiertos y selvas sudamericanas —y sobre todo africanas— no le libran ni a él ni a nadie de sufrir:
- doce pinchazos,
- tres reventones de cubierta,
- a rotura de un palier de transmisión,
- de la bomba del agua,
- el alternador,
- de una cruceta del cardan
- y de la barra estabilizadora de la suspensión trasera (esta última dos veces para mayor precisión).
Momentos en los que contar con ciertos conocimientos y un buen arsenal de recambios (gracias a nuestros amigos de Euro4x4parts) ha sido fundamental para salir airosos pese a todo…

¡Vamos Rocinante!
(Actualizado noviembre de 2020).