Injusto. La palabra es injusto. Me parece injusto que Ashraf no pueda llevar a cabo su sueño, que no pueda expandir su alma tal y como desearía. Su único pecado consiste en haber nacido al otro lado del mar, en el “lado malo” que provoca una línea imaginaria, tan delgada como invisible, pero que se hace tan honda que llega a provocar abismos.
Ashraf sueña con casarse con un chica francesa, con conocer Europa. Se imagina bajo la Torre Eiffel o recorriendo los Campos Elíseos. Fantasea con escapar de la jaula en la que se siente encerrado. Jaula construida con las fronteras que enmarcan su propia patria. Aquí se siente privado de libertad, no puede confesar a sus padres que no cree en otro Dios que no sea en sí mismo. Supondría la ruptura con la familia. Si tan sólo le permitiesen llevar el pelo largo como a él le gustaría…
Sin embargo no se rinde. Sin muchos apoyos ha terminado su Licenciatura en Derecho y en casa estudia diferentes idiomas. Árabe, francés y bereber son sus tres lenguas madre, mientras que se defiende en español y sabe algo de ruso e italiano. Sólo por placer, porque desde niño le ha fascinado comunicarse con todos. En fin, no se trata precisamente de una persona poco cualificada. Aunque eso aquí no es suficiente. Le han prometido un mes de trabajo en un hotel en Marrakech. Debe mostrarse agradecido.
Rosalía y yo estamos sentados en un café en un pueblo cualquiera a los pies del Gran Atlas. Ashraf ve a Rocinante, nos escucha hablar en español, se siente atraído por nosotros, se acerca. Nos cuenta su historia, su sueño, sus ansias por trabajar, por tener un futuro libre y esperanzador en otra parte. Su frustración por no alcanzar jamás el dinero suficiente para comprar una visa. Visa…palabra prohibida ésta última para tantas y tantas personas a lo largo y ancho de nuestro mundo.
Al despedirnos no puedo sino desearle suerte. Le pido que no deje de creer en su sueño, pues sólo así tal vez un día se haga realidad. De nuevo en la ruta, mientras conducimos, no dejo de darle vueltas. ¿Por qué nosotros tenemos tantos privilegios? ¿Por qué otros no tienen ninguno? ¿Por qué el hecho de nacer a un lado u otro de líneas estúpidas se atreve si quiera a condicionar existencias? Ashraf es sólo un chaval como yo cargado de ilusiones. No, aunque quiera no puedo entenderlo. Por ahora sólo puedo definirlo: injusto, la palabra es injusto.
Hola pareja! Me alegro de q estéis bien. Es verdad, es injusto. Unos nacen con estrella y otros en cambio, estrellados.
Por eso los ideales y utopías siguen y seguirán siendo necesarios.
Hay tantos Ashrafs y tan pocos Juancars y Rosalías …!
Un abrazoooo y mucha suerte
Muchas gracias Miguel por tu reflexión… Ojalá y hubiera más Miqueles también. Un fuerte abrazo.
Como le digo a un gran amigo mío cuando hablamos del tema. Hay ciudadanos de primera (comunitarios, americanos, etc), ciudadanos de segunda (los que no pueden circular libremente) y ciudadanos de tercera (son los de segunda, pero debido a la infraestructura de sus países no tienen acceso ni a agua potable, ni cosas por el estilo).
Hemos creado dioses ficticios que van más allá de la literatura, como son el dinero y el trabajo. Allí todavía no existen de esa manera pero si una especie de espejismo proveniente de Occidente que distorsiona la realidad. Ni el trabajo dignifica, ni el dinero da la felicidad.
Disfrutar de la pureza de la gente! Ellos no tienen la cabeza llena de basura.
¡Hola Javi! Gracias por tu gran reflexión.
Algo que he aprendido en el escaso mes que llevamos viajando es que cuanto más cierras una frontera, más empeño se pone en cerrar una puerta, más interés despierta el poder cruzarla. Mucha gente aquí cree erróneamente que tras la barrera que separa África de Europa se encuentra el paraíso… Que se lo estamos escondiendo. Y como tú dices sólo se trata de un espejismo.
Mucha gente en Occidente vende lo más preciado de su vida (su tiempo) por alcanzar una felicidad prometida (ilusoria, ficticia, inducida) que nunca llega… Se frustra porque trabaja duro y da todo lo que tiene (y lo que no tiene), y sin embargo nunca alcanza el bando de «los que tienen el dinero suficiente para ser felices». Se trata del burro que nunca alcanza a comerse la zanahoria.
Al final uno se pregunta: ¿quién es menos libre? ¿Aquel que no puede cruzar fronteras para poder expandirse allá donde necesite? ¿O ese que puede hacerlo pero es esclavo del dinero y del consumo? Una «esclavitud consentida y asumida» en pleno siglo XXi.