La carretera tiene mil agujeros y en ocasiones amenaza con desaparecer el asfalto. Ser camionero sí que debería ser considerada aquí una profesión de riesgo. No hay cruce con otro camión sin sacar media máquina a la cuneta de tierra. El polvo que se levanta bien representa la violencia del momento.
Las imponentes montañas del Atlas se han ido diluyendo hasta convertirse en moldeadas sierras, casi inofensivas. Poco a poco comienzan a divisarse algunas dunas de arena dispersas aquí y allá. Los campos yermos van haciéndose los dueños del paisaje. Se observan tiendas y campamentos de nómadas beduinos salpicando los páramos infinitos. Y al otro lado el mar, el otro límite, el Atlántico. No hay duda, recorremos el Sáhara Occidental.
Sabemos que se trata de un territorio con importantes aspectos políticos aún por definir, dando lugar a hostilidades entre el Frente Polisario y el ejército de Marruecos. Pero es inhóspito, casi deshabitado, y lo cierto es que se respira una verdadera calma. Sin embargo los controles policiales marroquíes han aumentado su asiduidad. Los gendarmes insisten en conocer nuestra identidad, de dónde venimos y adónde vamos. No ha sido así en todo el país, ¿se deberá ese cambio de actitud a las disputas sobre el territorio?
Los kilómetros se suceden repetitivos como el paisaje, y cada cinco minutos se dibuja una caseta militar al borde del mar, un puesto de vigilancia. No conseguimos darle una explicación. Pero tenemos tiempo, y las horas al volante nos permiten especular con mil teorías. Aunque sólo hay una correcta, la que nosotros precisamente no abordamos, quizá demasiado triste para nuestras mentes inocentes.
Khabizi, un beduino con ancestros españoles nos pone los pies en el suelo: el dinero europeo (Marruecos mediante) ha levantado aquí un muro virtual. Un muro de muchos cientos de kilómetros que protege a Canarias (a Europa) frente a todo aquél que busca una vida diferente al otro lado del mar. El muro del Atlántico. Con la intención de que no escapen, cual animales de abasto. Como si un solo NADIE tuviese el don divino de decidir hasta dónde deberían llegar muchos ALGUIEN.

A lo mejor los estados no deberían concentrar sus esfuerzos en averiguar cuántos metros son necesarios, cuántos vigilantes se requieren, ni qué tipo de concertina resulta más efectivo. A lo mejor los estados deberían de concentrar sus esfuerzos en averiguar POR QUÉ. Por qué hay hombres y mujeres que quieren rebasar sus propias fronteras y adentrarse en territorio desconocido. Por qué abandonan sus pertenencias y se despiden de su familia. Por qué lo apuestan todo y se lanzan a la mar. Esa mar implacable y cruel. Averiguar por qué hay hombres y mujeres dispuestos a jugarse su propia vida.
Ojalá algún día todos lo comprendamos. Ojalá todos luchemos porque ese día llegue pronto. Y juntos conformemos una sola patria, con un solo escudo y una sola bandera: la humanidad.
P.D. Nunca existirán muros ni vallas lo suficientemente altas y fuertes mientras un sólo hombre esté convencido de poder salvarlas.