A veces siento que no termino de conectar con los lugares a los que llegamos. Idílicos sobre el mapa, muchos de ellos me transmiten una cierta sensación de desesperanza una vez caminamos sobre ellos. Lo que aparentemente debería mostrarse salvaje y puro casi nunca lo hace. Reservas naturales y parques nacionales, refugio de cientos de especies de aves, mamíferos, reptiles y plantas son también el santuario de toneladas de desperdicios humanos.
El azul turquesa de las aguas marinas, el blanco nuclear de las dunas saharianas o el rosado artístico de los flamencos queda empequeñecido en su contraste con la variedad arcoíris que puede llegar a presentar el elenco de garrafas, bidones, botellas, bolsas y los miles de elementos irreconocibles que allí cohabitan.
La basura es protagonista en los espacios naturales marroquíes. Y me preocupa mirar a mi alrededor y comprobar que no importa a nadie. Que el resto no tenga la sensación de que esto empieza a ser un verdadero problema. Que los plásticos que consumimos están empezando a consumirnos…

Aunque es evidente que nuestros actos repercuten en mayor medida en el medio ambiente en el que vivimos, y que la población local es el principal responsable de este desastre, los vientos y las corrientes fluviales y marítimas son incansables. Auténticas cintas transportadoras a escala global. Son capaces de hacer viajar cualquier cosa a lo largo y ancho de nuestro planeta. Incluidos los desperdicios humanos. Incluidos aquellos con un índice de degradación cercano a menos infinito.
Y como ejemplo un botón. Hace una semana, Ibrahim nos invitó a comer en su cueva de la playa. Entre historias curiosas nos mostró un trozo de corteza del árbol del sándalo. Parecía ser algo realmente valioso para él y puso un poco al fuego en nuestro honor. Nos contó que el sándalo sólo crece en tres regiones del planeta: Hawaii, India y Sudáfrica.
-Ah, un buen amigo te lo ha traído –le pregunté.
-El mar –dijo- me lo ha traído el mar.
Yo no sé demasiadas cosas. Pero sé que habitamos un planeta redondo. Intuyo que todos estamos conectados. Y comienzo a creer firmemente que nuestros actos, sean donde sean, tal vez tengan una repercusión más allá de lo que imaginemos. Siento que la educación es quizá el arma más poderosa con la que contamos. Pero sobre todo sé que no quiero seguir viendo cómo el hombre le resta belleza a nuestro bello planeta.
P.D. Resulta muy complicado, casi imposible, pedirle a alguien que no ensucie cuando no hay rastro de papeleras ni contenedores… Cuando sólo existe suciedad a su alrededor.