Un Diamante en Bruto

LLEGADA A ORANJEMUND

Al día siguiente pusimos rumbo a Oranjemund por una pista dura, imposible y llena de corrugaciones. El intenso calor del desierto en verano se hacía más pesado aquí, tanto, que ni tan siquiera el río Orange podía brindar una pizca de aire fresco. Parecía imposible que hubiese vida atravesando un territorio tan árido y hostil. El termómetro del coche marcaba 45ºC dentro de la cabina y parecía que por momentos íbamos a desfallecer… Condujimos alrededor de 200km durante más de seis horas, hasta que por fin llegamos a una carretera nueva y flamante de asfalto que bordeaba los últimos kilómetros del río antes de su desembocadura en el Océano Atlántico.

Conforme nos acercábamos a la costa el calor se levantaba y el frescor del océano iba entrando por las ventanillas, haciendo bajar al termómetro y dejándonos momentáneamente helados. A lo lejos, la barra de nubes grises que bordeaba la línea de mar se iba haciendo cada vez más grande hasta que, de lleno, entramos en un cielo completamente nublado.

Llegada a Oranjemund
Llegada a Oranjemund

Pasamos el antiguo control de acceso al pueblo y, poco a poco, ante nuestros ojos se fue abriendo paso un verdadero oasis de verdor, paz y tranquilidad. Parecía que de repente entrábamos en otra dimensión… Un cartel a la izquierda de la carretera nos daba la bienvenida y a partir de ahí, una hilera de pinos, eucaliptos y olivos –entre otros árboles- nos acompañaban hacia el interior. Alrededor de éstos se extendía una fina capa de verde y brillante césped y decenas de aspersores encendidos repartían vida por doquier.

Las calles, trazadas en perfecta cuadrícula, eran anchas y espaciosas y albergaban decenas de chalets repletos de buganvillas, palmeras, césped y árboles frutales. Hasta las rotondas eran bonitas. Había armonía en el pueblo y se sentía en cada metro que recorríamos. Pronto nos olvidamos del calor sofocante del desierto y nos dejamos embargar por la magia de un pueblo algo fuera de lo común…

ORIGEN

Oranjemund (en alemán, desembocadura del Orange) nació en 1936 como asentamiento minero al Suroeste de Namibia. A más de 1.500km de la capital del país y 150km de la población más cercana, Oranjemund era un lugar totalmente aislado: estaba rodeado al Sur por el río Orange, al Oeste por el Océano Atlántico y al Norte y al Este por el duro desierto del Namib. Hasta el año 1951 su única vía de acceso era a través de una pista de arena desde Lüderitz, bordeando el Atlántico por el propio desierto. En ese año se construyó un puente privado para unir Oranjemund con Alexander Bay (en Sudáfrica), que contaba con pista de aterrizaje.

Oranjemund era un lugar desolador, con apenas un centenar de casas rodeadas únicamente de polvo, arena, piedras, los vientos fríos del Atlántico y el escaso verdor que el desierto permitía ofrecer al río Orange. No parecía un lugar idílico para vivir y durante muchos años no lo fue. A su aislamiento físico se unía otro aún mayor: el político-económico. Oranjemund se ubicaba dentro de la zona conocida como “Sperrgebiet”, un área de 30.000km2 que en 1908 el gobierno alemán había declarado como prohibida tras el descubrimiento del primer diamante en Kolmanskop, cerca de Lüderitz.

Con el desarrollo de las minas de la zona, el pequeño asentamiento minero comenzó a crecer y desarrollarse, pero siempre aislado por completo del mundo exterior. Sólo tenían acceso a él los residentes y familiares de éstos o personas con una autorización especial. Tampoco ellos podían salir libremente, al menos los primeros años, pues el control de rayos X que debían pasar al salir –para evitar hurtos de diamantes- no permitía realizar más de una salida mensual por obvias razones de salud.

Sin embargo, a mediados de los años 60 eran tan buenas las condiciones de vida que todos los que allí llegaban a trabajar unos años se quedaban toda la vida. Por entonces, Oranjemund llegó a contar con más de 15.000 habitantes, los cuales disfrutaban de una calidad de vida envidiable. A su alcance tenían todos los servicios deseables para cualquier población de la época: colegio, policía, banco, oficina de correos, hospital, museo, piscina municipal, restaurantes, etc. Además, contaba con campo de fútbol, de criquet y de rugby. Sus habitantes formaron clubes de pesca, vela, atletismo e incluso disfrutaban de un campo de golf con césped real.

Era un pueblo limpio, cuidado, con parques y jardines públicos, nula criminalidad y un ambiente de seguridad y tranquilidad envidiable. Y todo ello era sustentado por la compañía diamantífera, la verdadera dueña de Oranjemund. Ésta proporcionaba casa, agua y luz a todos sus habitantes, quienes únicamente debían preocuparse de vivir felizmente. El agua la obtenían del río Orange, mientras que para el suministro de luz empleaban una central eléctrica (construida antes de 1951 y catalogada por entonces como la más grande del continente en manos privadas) que funcionaba a base de gasoil. El gasoil, a su vez, era bombeado desde una plataforma establecida en el océano, a ciertas millas de la orilla y a la que continuamente llegaban cargueros de petróleo desde Rotterdam (Holanda) para suministrarlo.

Era tal la paz, bienestar y tranquilidad del pueblo que los oryx, las gacelas y los avestruces campaban a sus anchas en los jardines comunitarios, ajenos al ruido de los coches o al paso de los viandantes. Tenían libertad total para moverse, pues no había amenaza alguna para ellos… Un auténtico paraíso.

Oryx en Oranjemund
Oryx paciendo tranquilo en la puerta de una vivienda

LOS DIAMANTES

A lo largo de procesos milenarios, estratos profundos del terreno ricos en carbono y en los que se daban temperaturas entorno a los 1300ºC y los 60kpa de presión, se originaron piedras de diamante. Piedras que, muchos años después y debido a procesos eruptivos, fueron capaces de alcanzar la superficie.

Desembocadura río Orange
Desembocadura del río Orange

En el caso de Namibia, los diamantes afloraron en la zona de Kimberley, hacia el Este, en Sudáfrica. Allí, fue el río Orange el que, con su fluir hacia el Atlántico, fue transportando las piedras diamantíferas (kimberlitas) durante milenios hacia la zona de su desembocadura. El retroceso del mar, las corrientes oceánicas y los vientos predominantes del Sur esparcieron los diamantes por la zona costera del desierto, desde la desembocadura del río hasta la ciudad de Lüderitz. Los diamantes eran y son extraídos de zonas que alcanzan los 40m de profundidad en el mar, en las playas actuales y en las relícticas. Esto es, decenas de metros más elevado y tierra adentro de la línea costera actual.

APERTURA AL MUNDO

Pero al igual que ocurre con muchos recursos naturales, los diamantes no son infinitos. Las minas tienen una vida útil determinada y Oranjemund comenzó a temer por su continuidad. Sobre ella pesaba la sombra de antiguas colonias diamantíferas que habían quedado en mero pueblo fantasma tras la explotación del último diamante. La compañía diamantífera no podría seguir sustentando toda una comunidad de cerca de 8.000 personas si no había más diamantes que explotar y nadie se imaginaba viviendo allí sin el sustento de la mina.

Sobre los ciudadanos pesaba el deseo de querer seguir viviendo en un lugar que ya consideraban su hogar y su sitio en el mundo, pero eran conscientes de que ello supondría desligarse del manto protector de la empresa dueña del pueblo e iniciar una andadura como ciudadanos, propietarios o arrendatarios y vecinos de una localidad más de Namibia. Pero para ello había que tener una alternativa, un modo de sustento para un pueblo dependiente de la mina. Había que atraer inversiones, gente de fuera, turismo tal vez…

Para ello, tenían que abrirse al mundo, algo en lo que no todos estaban de acuerdo. Había quienes veían la apertura con miedo y recelo… Pensaban que de esta forma entraría la delincuencia y la criminalidad, tenían miedo al extranjero, al forastero, no querían salir de la burbuja de bienestar y seguridad que el aislamiento les había proporcionado. No querían salir de su magnífica zona de confort. Pero no les quedaba otra alternativa y tomaron una decisión: Oranjemund dejaría de ser un pueblo prohibido.

Sus habitantes crearon una estrategia de “desenganche” de la compañía en la que, entre otras cosas, se establecía el turismo, la agricultura y las energías renovables como las tres alternativas para mantener Oranjemund latiendo. Se marcaron como horizonte el año 2030, y en 2011 Oranjemund fue declarada como autoridad local. En 2012 se celebraron elecciones municipales y se formó la primera Comisión Municipal de la localidad.

Cinco años más tarde abrieron sus puertas al mundo, en octubre de 2017. Fueron muchos los que pensaron que a partir de ese día llegarían al pueblo autobuses llenos de turistas venidos de Europa, Sudáfrica o Namibia deseosos de visitar Oranjemund. Pero nada más lejos de la realidad… El pueblo siguió viviendo en su reposo anterior, sin más alteración que unos cuantos visitantes curiosos por conocer cómo vive un pueblo en mitad de la nada, alejado de cualquier lugar habitable.

Llegamos al pueblo atraídos por conocer un lugar remoto en el mapa, salvaje, batido por los vientos ardientes del Namib y la gélida corriente de Benguela, donde el gran río Orange vuelca su vida en el océano. No conocíamos absolutamente nada acerca de su historia y su pasado, por lo que fue para nosotros una auténtica sorpresa encontrarnos con sus puertas recién abiertas. Visitamos el museo, paseamos por sus calles, hablamos con algunos vecinos (la mayoría felices por ver gente nueva por allí) y sentimos a cada paso la sensación de estar descubriendo algo nuevo, de estar abriendo un regalo, destapando un rincón del mundo hasta entonces prohibido. Realmente, un diamante en bruto.

0 comentarios en “Un Diamante en Bruto”

  1. Qué interesante y qué bien escribes Rosalía! Espero que de este viaje salga un buen libro que compraré muy a gusto. Las compañías mineras han expoliado África, siguen haciéndolo y lo continuarán haciéndo mientras haya algo que expoliar y paises y dirigentes que lo permitan. Las cosas son así. Crean esos pequeños reductos de cartón piedra vedados a la mayoría miserable y buscan el mejor rendimiento siempre. Pero eso lo hacen todas las empresas y en todo el mundo. La diferencia es que en África es todo tan evidente! Allí no hace falta disimular…

    1. ¡Hola Miquel!
      (Tarde, pero contesto)
      Sí, en África no hace falta disimular nada, ¿para qué? Los que allí viven, lo aceptan y los que allí no viven, no se enteran (o mejor dicho, no se quieren enterar).
      Estamos en plena escritura del libro y estamos seguros de que te va a gustar…
      Un fuerte abrazo

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